sábado, 26 de diciembre de 2009

El Caso de los Billetes Falsos

Esta carta fue remitida a Ernesto de la Fuente, y al equipo de AION para ser publicada. Los nombres fueron borrados para proteger a las personas ahí nombradas:


Wellington, Nueva Zelanda, 21 de mayo de 2001
Señor:
xxxxxxxxxxxxxx
xxxxxxxxxxxxxx
Chile.

Estimado Ernesto:

Primero que nada permíteme que te tutee ya que parece que somos de similar edad y tantos tiempos por estos lados hacen olvidar el USTED, que en nuestro idioma no existe.

Aquí estamos pocos chilenos y siempre buscamos en la red las direcciones .cl para enterarnos que está pasando en Chilito. Una familia que llegó hace poco me dio tu address en xxxxxx y ahí leí lo que tú escribes, que parece tener relación con lo que nos ocurrió con mi marido hace varios años atrás y que nunca me atreví a contar en Chile.

Empecemos del principio:

Como te habrás dado cuenta, soy chilena y vivo aquí desde casi 30 años. Aquí me casé con un industrial neozelandés y siempre estuve con ganas de volver a ver Chile.

Mi marido era aficionado al yatching y con el tiempo se fue poniendo fanático, hasta que un día, mirando un mapa, tuvo la gran idea de navegar derecho hasta Chile.

Eso era de locos y mi marido tenía mucho de eso, así es que lo dejé que se embarcara con un amigo que es pescador profesional y yo prometí unirme a ellos cuando llegaran.

Para sorpresa mía llegaron vivos a un puerto llamado Quellón y desde allí me llamaron por teléfono. Volé a Santiago (¡como ha cambiado!) y allí me uní a mi marido y el pescador volvió a Porirua.

Viajamos a Puerto Montt y allí nos embarcamos en nuestro yate, pues mi marido quería que conociéramos los canales del sur.

Nos tocó pleno verano y el viaje fue inolvidable, ambos quedamos maravillados con lo grandioso y solitario de los lugares, pero más inolvidable aún por un incidente que nos ocurrió en una pequeña entrada entre las islas Valverde y Chaffers (eso me preocupé yo de anotarlo muy bien).

Nos internamos, a motor, por un angosto fiordo con la intención de bajar a tierra y acampar, pero poco después nos dimos cuenta que la profundidad no era suficiente y que estaba bajando la marea. El canal era muy angosto como para dar la vuelta, así es que asustados pusimos toda marcha atrás para lograr salir antes de quedarnos encallados.

Casi al llegar a la entrada del canal vimos como otro yate blanco, similar al nuestro aunque bastante más grande, y que después le vi su nombre, Mytilus II, cruzaba la boca en forma perpendicular al nuestro.

Calculando a la velocidad que navegaba el otro, pensamos que cruzaría la boca mucho antes que nosotros así es que mantuvimos nuestra velocidad de retroceso. Efectivamente, eso ocurrió, pero no nos habíamos dado cuenta que atrás llevaba un cable que remolcaba algo que iba bajo el agua, con lo cual terminamos estrellando nuestra popa.

El golpe no fue muy grande, pero lo suficiente como para torcer el timón y romper la hélice principal. El otro barco se detuvo inmediatamente y mandó un bote de goma a socorrernos. En él venían 4 señores altos y rubios, que al saber el apellido de mi marido comenzaron a hablarle en holandés. Les dijimos que éramos neozelandeses y la conversación siguió en inglés.

Inmediatamente se ofrecieron para hacerse cargo de lo daños y nos solicitaron que no hiciéramos la denuncia correspondiente porque eso significaría una tremenda pérdida de tiempo, tanto para nosotros como para ellos. Yo como chilena sabía que eso era cierto, así es que aceptamos. Allí se enteraron de que yo era chilena y comenzaron a hablarme en español.

Nos invitaron a que pasáramos a su yate para discutir los detalles, mientras dos de ellos revisaban los daños de nuestra embarcación. Allí todos nos atendieron muy bien y nos ofrecieron remolcarnos a su base, donde según ellos repararían nuestros daños.

El problema era que tendríamos que esperar casi un día que ellos volvieran, ya que llevaban la otra cosa a la rastra. Mi marido les preguntó donde tenían su base y ellos le mostraron en el mapa una pequeña isla más al sur, en el archipiélago de los Chonos o Guaitecas. Eso significaba por lo menos otro día de viaje, por lo que mi marido no estuvo muy de acuerdo, ya que nos quedaban pocos días de vacaciones.

Les explicamos que teníamos como repuesto un motor fuera de borda, el que podría llevarnos a puerto como emergencia. Eso parece que les agradó, por lo que se ofrecieron pagarnos lo que fuera necesario para que reparáramos nuestra avería.

Inicialmente mi marido, como buen gringo, había aceptado un cheque por los daños, por una cantidad que el estimó más que suficiente, pero yo siendo chilena y viendo con qué facilidad aceptaban pagar, desconfié y exigí que se nos pagara en efectivo.

Un señor que dijo llamarse Gabriel me explicó que ellos no portaban tanto dinero a bordo, pero que si esperaba dos días, me lo podría dar. Yo le dije que estábamos de acuerdo, pero que mientras tanto, dejáramos la constancia de dicho compromiso ante carabineros de Melinka o Puerto Aguirre.

Gabriel dijo que eso no sería necesario, ya que trataría de solucionar el inconveniente. Mi marido estaba bastante molesto, puesto que consideraba todo esto como una gran descortesía de mi parte, así es que cuando Gabriel hizo su nueva propuesta, la aceptó inmediatamente, sin hacer caso a mis reclamos.

Nos entregaron en efectivo una cantidad equivalente al 40% de lo pactado y por el resto nos ofrecieron dos extraños trozos de metal plateado y forma irregular, explicándonos que se trataba de platino, el que nosotros podríamos vender. Yo no quería aceptar, sin embargo mi marido no lo dudó. Al ver Gabriel que yo no estaba conforme, tomó otro trozo de metal y me lo obsequió en forma personal, para que me hiciera una joya que me recordara este encuentro.

Por suerte no tuvimos mayores inconvenientes para volver a la civilización y nos instalamos en el Hotel Pérez Rosales de Puerto Montt, mientras entregábamos nuestro yate a una agencia que lo envió de vuelta a Wellington por carga.

El dinero lo guardé yo y eran todos billetes de $ 10.000.- nuevos y sin uso. Temía perderlos o que me los robaran, así es que traté de usarlos rápidamente.

Cuando había gastado como el 40% de ellos, me di cuenta con terror de algo que no había notado: todos eran idénticos y tenían el mismo número de serie.

¡Nos habían estafado!

Los escondí y posteriormente, en Santiago, llevé uno al Banco de Chile, donde se lo pasé al cajero diciéndole que me habían dado ese billete y que yo creía que era falso. El hombre lo miró e inmediatamente me dijo que no me preocupara, que el billete era legítimo, sin embargo ante mi insistencia lo pasó por una máquina y me volvió a repetir lo mismo: el billete era verdadero.

Repetí el proceso en el Banco de Crédito y en el Banco Edwards, con iguales resultados. Claro que jamás les dije que tenía varios otros con igual numeración.

Aprovechando que estábamos en el centro, fuimos a una joyería para analizar uno de los trozos metálicos que mi marido llevaba en su bolsillo.

Me fui casi toda una cuadra de la calle Estados retándolo, pues estaba segura que nos dirían que se trataba de fierro o algo por el estilo, pero no, efectivamente era platino y el valor de un solo trozo era casi suficiente como para cubrir el total de los gastos del choque.

Cuatro días después tomábamos el avión de regreso a Wellington.

Han pasado más de 10 años, mi marido falleció hace dos, sin dejar nunca de reírse de mí, por mi miedo a los billetes falsos, ésta fue su ultima aventura en su accidentada vida y la gozó. Por eso, hace tres días, cuando leí su web, fui a un viejo canasto de costura donde guardo algunos recuerdos y encontré esta vieja foto, que ahora le envío. La tomé yo misma sobre una blusa de seda puesta sobre una de las camas del hotel Tupahue de Santiago.

Las nuggets de platino nunca las vendimos, las obsequié una a cada una de mis dos hijas y la otra, tal como me lo pidiera Gabriel, la convertí en unos pendientes de los que nunca me separo.

El marido de una de mis hijas es geólogo y llevó el nugget para analizarlo a la universidad de Auckland, donde aún no saben como se formó, ya que es de 99,98% de pureza y no es una formación natural y tampoco ha sido fundido para obtener su forma actual.

Ernesto, como compatriota y amiga, te ruego que si en algún momento llegaras a tener contacto con ellos (como dicen que tú lo haces), les pidas mil disculpas de mi parte, por mi desconfianza. Lo que ocurre es que en este mundo loco en que vivimos, no estamos acostumbrados a chocar con seres como ellos y siempre prejuzgamos negativamente a nuestro prójimo, especialmente en Chile.

Se despide, tu amiga:

PD: Si puedes dales mis saludos a la familia de xxxxxxx


NOTA DE XENTOR: El artículo venía acompañado de una fotografía de las Nuggets de platino, junto a un billete entregado por los supuestos Friendship. Desgraciadamente, no tengo a mano esta fotografía. Si alguien la tiene, por favor enviarla, para incluirla en este post.

6 comentarios:

  1. MMMM .... PARECE QUE ESTA MINA ES UNA PURO PALO BLANCO NO MAS...

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  2. creo en este relato sobre todo por la manera en que dicen que fueron tratados es similar a los otros relatos , personas amables (friendship) la apariencia etc LO CREO!

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  3. LA UNICA FORMA DE SABER SI ES VERDAD EL RELATO, ES MIRAR LA ESTRELLA INTERNA EN UNA NOCHE ESTRELLADA.

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  4. El hecho fue real, esta sra y su esposo tuvieron un encuentro con los Friendship, que privilegiados! si pudieran contactarlos para que nos den mas detalles, estoy muy interesado en este tema

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