martes, 16 de marzo de 2010

Sodoma

Por Ernesto de la Fuente


ADVERTENCIA: Esto es solamente una ficción, de cómo podrían haber sucedido ciertos hechos históricos, de los cuales hemos oído hablar muchas veces, pero que siempre han sido una incógnita para nuestra plena comprensión y aceptación. No creemos que los personajes históricos hayan sido todos tontos graves, así es que nos permitimos ciertas licencias, con las cuales no pretendemos ofender a nadie.


Eran aproximadamente las tres y media de la tarde y el sol pegaba fuerte en el desierto de la meseta de Judea. Uriel y Samaniel aguantaban estoicamente los 42º C y caminaban con energía con rumbo 236, tal como se les había indicado.

Hacía menos de 20 minutos que habían salido de la tienda de ese tal Abraham, donde se había realizado la última reunión y poco más de 8 horas desde que habían sido tele-transportados desde la gran nave que orbitaba la Tierra, a más de 680 Kms de distancia.

No conversaban, ya que entre ellos podían leerse el pensamiento, el que para ambos era igual: terminar lo antes posible esta misión, volver a la nave con su aire acondicionado y luego retornar a casa. ¡Ya llevaban demasiado tiempo fuera!

Todo habría sido más fácil si no hubiera existido ese famoso Lot y su familia.

Gabriel podría haber quemado inmediatamente el exceso de combustible nuclear que habían acumulado en todos estos años, y luego echárselas rápidamente para la casa.

Pero no. El tal Lot, a quien no conocían, se le había ocurrido irse a vivir a Sodoma, ese pueblo cercano al depósito, y del que tanto se cuchicheaba y se hacían bromas en la nave.

Lo peor era que Lot era sobrino de Abraham, quien era amigo de Gabriel, y que además cumplía con todos los mandamientos. No podían sacrificarlo a él también, pero... ¡Cómo se le ocurría irse a vivir allí, con todos esos pecadores degenerados!

Ahora ellos tenían que ir a sacarlo antes de la explosión, la que a más tardar debería realizarse a las 07:18 del día siguiente, para así poder abandonar la gravedad terrestre antes de la hora H, que era las 08:06. Quedaban 14 horas y 23 minutos.

No fuera cosa que se pusiera porfiado y no quisiera salir. Con estos judíos podía esperarse cualquier cosa, eran tan burros.

Siguieron caminando por otros 15 minutos hacia un montículo que se veía a lo lejos.

Al acercarse vieron que se trataba de un letrero escrito en arameo, en el que se podía leer:
Sodoma: 27 estadios.
Gomorra: 56 estadios.
¿Qué significaría eso? ¿Cuales eran las equivalencias?

Desgraciadamente no había puesto mucha atención cuando los aleccionaron antes de bajar. Sólo recordaba que un estadio tenía 8,76 cañas y una caña 3,217 codos y un codo 9,3 palmos, pero eso traducido a U.U. ¿cuanto sería?

—Ya casi estamos allí —dijo Samaniel, adivinando los problemas de su compañero.

—Ya estaba bueno —protestó Uriel—. Esta sandalia que me dieron me queda grande y se me anda saliendo a cada rato. ¿Por qué no podemos venir acá con nuestras propias botas?

—Cómo se te ocurre. ¿Dónde has visto ángeles con botas?

—Pero si con estas polleras largas no se notarían.

—Calla, que allí viene un pastor - ¡La paz sea contigo, buen hombre!

—Paz forastero, ¿hacia donde os dirigís?

—A Sodoma, a entregar un mensaje.

—Tened cuidado con sus habitantes, yo me escapé jabonado.

—¿Cómo así?

—Entré a la plaza mayor a comerciar mis ovejas, pero fui sorprendido por una banda de fascinerosos que me persiguieron con inconfesables fines.... El que tenga oídos que escuche... Logré escapar yo, más no así algunas de mis ovejas... Bueno, total de todas maneras las iba a vender —agregó el pobre pastor consolándose.

Lamentablemente, Uriel y Samaniel habían sido tan bien criados y educados, antes de salir a esta misión, sin ver malos ejemplos, que nada entendieron de lo que intentó decirles el pastor, así es que siguieron su camino para cumplir con su deber.

Pronto cruzaron las murallas de la ciudad y se internaron entre sus callejuelas.

No dejó de impresionarlos el Palacio del Ayuntamiento, pintado de color rosa, o el Sanedrín de un beige barquillo.

No podía negarse que en arquitectura y paisajismo los sodomitas tenían muy buen gusto, aunque un poco recargado, según Samaniel.

También los emocionó la propaganda callejera.

Sobre el Palacio de Gobierno había un gran letrero que decía: «El Camino a la Felicidad es el Recto».

—¡Que bien! —pensaron ambos servidores del Señor.

Ahora buscaban la casa de Lot: Las Jacarandas 027.

No estaba. Había Las Higueras, Los Olivos, pasaje Las Higuerillas, los Sicomoros, pero Jacarandas nada.

Decidieron preguntarle a un hombre que pasaba. Este era chico, moreno y tuerto.

—Decidme hombre, ¿conocéis la calle Los Jacarandas?

—Uy, no. Fijesé que yo no soy de aquí, yo soy de Gomorra fijesé. Vine a ver a un amigo. Pero las calles con nombres de flores están para el otro lado, fijesé.

Era impresionante como el hombre incrustaba su mirada en ambos ángeles.

—Gracias, la encontraremos —dijo Samaniel con una hermosa sonrisa.

—Chao —dijo el hombre lentamente y mirándolos de reojo hacia arriba.

—Chao —repitió Uriel extrañado.

El hombre se retiró, pero cuando estaba como a 20 metros de ellos, se dio vuelta y gritó:

—¡Mijitos ricos! —y salió huyendo.

Uriel y Samaniel no supieron qué pensar. Raro el tipo.

Finalmente dieron con la dirección. Era una casa como cualquiera otra de la vecindad, en la que por supuesto no se veía ningún jacaranda. La puerta estaba abierta y afuera sentado en la vereda, tomando aire de la tarde, se encontraba el propio Lot.

Inmediatamente reconoció a los ángeles por su estatura, se levantó a recibirlos y se inclinó hacia el suelo.

—Bienvenidos señores, os ruego que entréis a casa de vuestro siervo.

—Gracias hombre, ¿eres tú Lot, sobrino de Abraham, hijo de Taré? —alcanzó a preguntar Samaniel, antes de que desde adentro se escuchara una chillona voz femenina.

—Loty, ¿quién es?

—Son los Ángeles, m'hijita.

—Que se limpien los pieees.

—Si m'hijita.

—¡Es que yo no me voy a pasar toda la vida limpiando! Tú por lo menos podrías haber barrido la vereda para que no entrara tierra. La última vez que vinieron tus amigos....

—M'hijita, es que esos no eran ángeles.

—No os preocupéis mujer. Nosotros sólo venimos a dejaros un mensaje y luego nos retiraremos —alcanzó a decir Samaniel.

—Señores, no podéis hacerme eso, ya luego caerá la noche. Concededme el honor de hospedaros —dijo Lot compungido.

—No os preocupéis buen hombre, nosotros nos arreglamos en cualquier lugar —dijo Samaniel.

—Señores, por favor, no despreciéis el hogar de este humilde siervo. Además la ciudad es peligrosa de noche.

—Bueno, si insistes —se adelantó Uriel.

—Señores pasad, allá al fondo a la derecha, podréis lavaros vuestros pies.... Mi amooor, prepárenos algo de comer.....

—¡No hay levadura!

—Bueno, unas aceitunitas que sea, y haga el pan sin levadura.

—Usté sabe que así no sube. Además con la porquería de horno que tenemos, quizás cuánto se va demorar. La leña que trajeron esos amorreos no sirve para nada, y además te engañaron. Eso nunca es un efa de leña, ni siquiera son cinco gomer. En Ur, en casa de mi padre, le comprábamos la leña a los caldeos y esa si que era leña, no como....

—Mi amorcito... ¿nos deja conversar, por favor?...

—Claro, solamente lo que tú hablas tiene importancia.

—Por favor, callad un momento que traemos importantes nuevas del Señor.

—Ohhh —fue lo único que se le ocurrió decir al pobre Lot.

—Sí. Esta ciudad será destruida por su iniquidad —dijo Uriel adelantándose y cerrándole un ojo a su compañero.

—Sí, por su iniquidad —repitió Samaniel.

—¿Toda Sodoma? —preguntó Lot incrédulo.

—Sí, y además Gomorra.

—Supongo que esta no será una broma —balbuceó Lot.

—¿Qué es lo que van a destruir? —gritó la mujer desde la cocina.

—Toda la ciudad, mhijita.

—¡Cómo! ¿Y esta casa?

Se produjo un embarazoso silencio, y luego Samaniel dijo compungido:

—También.

La mujer salió de la cocina indignada.

—¿Cómo es posible? ¡Ahora salen con eso! ¿Por qué no avisaron antes? Acabamos de cambiar el piso, y ni siquiera hemos terminado de pagarla....

—¡Mejor! —saltó Uriel, aunque luego tuvo que arrepentirse ante la mirada disciplinaria de su compañero.

—Supongo que Alguien nos pagará los daños.... Si no, qué saca una con seguir los mandamientos..... Yo siempre le dije a este tonto....

—Pero..... ¿perecerán todos? —gimió Lot, mirando el bello rostro del ángel.

—Todos.

—Pero si hubiera algunos justos.....

—Mira —dijo Samaniel conciliador—, eso ya lo discutió tu tío con el Señor, pero no se encontró a nadie. Aquí el que no es gay es estafador, ladrón o ufólogo. No hay caso.

—Bueno y ¿quién se encargará del traslado? —inquirió la mujer— porque las cosas que nosotros tenemos son finas, incluso tenemos algunas vasijas que trajimos desde Ur, y que ni aquí ni en otra parte se encuentran. También las niñitas tienen que llevar lo que es de ellas, porque cuando encontremos con quien casarlas.........

—Deberemos partir de mañana —zanjó Samaniel, ya algo molesto.

—Claaaro, y con el apuro no vamos a alcanzar a recuperar las cosas que este tonto de mi marido ha prestado por toda Sodoma, a pesar de lo que siempre yo le he dicho, que.........

En eso estaban cuando se escucharon fuertes ruidos y murmullos en la calle, seguidos por potentes golpes en la puerta de entrada.

—Lot, sobrino de Abraham, hijo de Taré, ¡Abrid la puerta! —se escuchó decir a una engolada y aguardentosa voz.

—¡Escondeos señores, son ellos! —tartamudeó Lot.

—¿Dónde están los hombres que vinieron a tu casa esta noche? ¡Sácalos! ¡Queremos conocerlos! —gritaron desde fuera.

—Ningún problema —dijo inocentemente Samaniel abriendo la puerta—. Nosotros mismos nos presentaremos.

—¡Nooo, señor! —gritó Lot— ¡¡Hablan en sentido bíblico!!

Ya era tarde, Samaniel había abierto la tranquera y una multitud trataba de ingresar por la angosta puerta. Sin embargo el ángel, con la cooperación de su compañero y pensando en la limpieza del piso de la mujer de Lot, empujó hacia afuera, arrastrando con facilidad a la mayoría de los sodomitas.

Afuera varios rodearon a Uriel.

—Contigo queríamos conversar, bello dátil del desierto.

—Sí, sí, pero quitadme la mano de ahí.

—Eres alto y esbelto como una palma.

Samaniel no se las llevaba mejor. Lo habían rodeado varios individuos con el velludo torso desnudo y muñequeras negras de cuero, que trataban de susurrarle cosas en el oído.

Lot aterrado contemplaba todo esto desde la puerta de su casa, acompañado por su mujer y sus dos hijas. Estas últimas observaban con lascivia y entre risitas lo que estaba ocurriendo. Habían crecido en ese ambiente, se estaban divirtiendo. Ellas no solamente habitaban Sodoma, sino que Sodoma había terminado por habitar sus corazones.

—Por favor, amigos míos —se atrevió a decir Lot— no vayan a hacer una cosa tan perversa. Yo tengo dos hijas que todavía no han conocido varón (ahora las risitas de las muchachas se transformaron en carcajadas). Voy a sacarlas para que ustedes hagan con ellas lo que quieran, pero no les hagan daño a estos hombres, porque son mis invitados.

Recién ahora Samaniel vino a caer en la cuenta de qué se trataba.

Una ola de santa indignación lo invadió. De un solo empujón se deshizo de los que lo rodeaban y gritando: «¡Uriel, hade ben assá!», se parapetó contra la muralla.

Su compañero reaccionó al unísono y extrayendo un pequeño aparato dorado de entre sus ropas, cerró los ojos y disparó contra la multitud.

Una luz blanca cien veces más potente que un arco voltaico invadió el ambiente por unas centésimas de segundo, penetrando a través del cristalino y quemando la retina de los que mantuvieron los ojos abiertos. Luego sólo se escucharon quejidos.

—Entremos —mandó Samaniel.

Ya todos estaban adentro cuando Lot se dio cuenta de que sus hijas no estaban. Desesperado volvió a buscarlas. Tuvo que saltar por entre los cuerpos de los sodomitas que se arrastraban por el suelo absolutamente ciegos.

—Aaaaayyy... Eliyah, ¿dónde estás?

—Animaaal..... mira, se me quemaron las pestañas.... uuuyyyy.

—¿Cómo quieres que mire, si no veo ná?

—¡Maldito goim, me quemaste la cara, me va a quedar la cicatriz!

El olor era intolerable. Una mezcla de sudor masculino con perfumes como pachulí y sándalo, además del hedor a pelo quemado. Todos tenían sus manos en el rostro, algunos sollozaban quedamente.

Como a 20 metros de distancia y ayudado por la luz de la luna, Lot divisó a sus hijas. Estaban agachadas en la oscuridad tratando de reanimar a uno de los caídos.

—Leth, Leth..... somos nosotras ¿Donde está Jazmín?

—No seeee...... no veo nada.

—Levántate, salgamos de aquí.

—¡Hijas! —gritó Lot— ¿Qué hacen aquí?

—¡Pero padre, no dijiste que.....!

—¡Adentro!

—Pero tú a ellos les prometiste.....

—¡¡Adentro!!

De mala gana las muchachas entraron a la casa.

Ahora la figura de Samaniel había adquirido un extraño brillo. Sus ojos azul intenso, parecían escupir fuego. Ya no era el humilde y condescendiente gigantón de hace pocos instantes. Con una sola mano tomó a Lot por sus ropas a la altura del pecho y lo sentó sobre la mesa.

—¿Tenéis más familiares aquí?

—....No.......yo.....

—Toma a tus hijos, hijas y yernos, y todo lo que tengas en esta ciudad; sácalos y llévatelos lejos de aquí, porque vamos a destruir este lugar.

—...Si...

—Ya son muchas las quejas que el Señor ha tenido contra la gente de esta ciudad, y por eso nos ha enviado a destruirla.

—...Si...

—Ahora levántate y prepara todo, que no tienes mucho tiempo.

La mujer de Lot, que debido a la sorpresa había permanecido hasta entonces callada, volvió a la carga:

—Bueno, aún no hemos arreglado el asunto del lugar donde iremos a vivir. Mire que las niñas están acostumbradas a tener su propia....

—¡¡Calla, mujer!! —ahora fue Uriel quien rugió— ¡Trata de salvar tu propia vida!

Nunca la habían tratado así, así es que la mujer ni chistó. Solo pensó:

«Ayyy, Si mi marido fuera alguna vez así.....».

En esa casa, esa noche nadie durmió, y antes del alba Samaniel se acercó a Lot que dormitaba apoyado en la mesa del comedor, y lenta y dulcemente le dijo en voz baja:

—Levántate, toma tu mujer, y tus dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la ciudad.

Al despertar, Lot estaba paralogizado, sus ojos se encontraban fijos en el vacío y su boca entreabierta. No atinaba a hacer nada. No hablaba.

Lo que había visto y oído en esas últimas 12 horas era demasiado para un simple comerciante judío. Creía firmemente en el Dios de sus padres, pero nunca había visto su poder tan de cerca, y ahora iba a ser testigo de la aniquilación de dos ciudades.

Siempre había abominado de los habitantes de Sodoma y Gomorra por sus pervertidas costumbres, pero ahora.... después de ver esa caricaturesca escena en la puerta de su casa..... solo tenía pena...... pena y miedo. Sí, mucho miedo.

Desde las habitaciones interiores apareció Uriel acompañado de la mujer y las hijas de Lot.

—Vamos —dijo.

Lot ni se movió.

Ambos ángeles se miraron. Era obvio que ese hombre estaba bloqueado, y que ninguna palabra podría moverlo. Ya estaban acostumbrados.

Samaniel acarició la cabeza de Lot y blandamente lo tomó de la mano. Lo mismo hizo Uriel con la mujer y las hijas, y así tomados todos de la mano salieron de la vivienda.

Las calles estaban vacías, aunque de vez en cuando aparecía uno que otro rostro tras alguna ventana o incluso alguien en las esquinas, que al verlos huía.

Se había corrido la noticia del extraño poder de esos hermosos extranjeros.

Así caminando, llegaron a las afueras de la ciudad y Samaniel se dirigió a Lot:

—¡Ahora corre, ponte a salvo! No mires hacia atrás, ni te detengas para nada en el valle. Vete a las montañas, si quieres salvar tu vida.

Lot con la caminata y el aire fresco de la noche, se había recuperado y en esos momentos estaba recién tomando conciencia, aterrado, de lo que ocurría:

—¡No señores míos, por favor! Así, con todas las cosas que cargan mi mujer y mis hijas, jamás llegaríamos a tiempo a las montañas.

Uriel y Samaniel miraron la llanura hacia El Lissan.

Lo que acababa de decir el judío podía ser cierto. Las montañas de Hebrón se encontraban a bastante distancia y a ese paso, el hombre y su familia demorarían cerca de una hora en llegar.

En esos momentos Amiel y Misael ya deberían de haber puesto el detonador y seguramente se dirigían al teletransportador. La reacción nuclear no tardaría más de cincuenta minutos en producirse.

Incluso ellos corrían peligro, ya que el regreso al punto de encuentro les tomaría sus buenos 45 minutos. No podían seguir acompañando a Lot y su familia, ya que iban en sentido contrario.

—Señores —clamó Lot—, cerca de aquí hay una ciudad pequeña, a la que puedo huir. ¡Déjenme ir allá para salvar mi vida!

—¿Qué es esto? —pensó Uriel.

—Se trata de Zoar —le respondió telepáticamente Samaniel—, una ciudad pequeña y que se encuentra al noroeste y a mucho menor nivel que las otras, es probable que sobreviva a la onda expansiva.

—Te he escuchado y voy a hacer lo que me has pedido. No voy a destruir la ciudad de que me has hablado —total, no estaba en la lista, pensó— pero ¡anda! vete allá de una vez, porque no puedo hacer nada, mientras no llegues a ese lugar.

El pobre hombre no hallaba como agradecer a los ángeles, e intentó tomar la mano de Samaniel y besarla, este la retiró y en tono autoritario dijo:

—¡Vete!

La mujer lo tomó de la manga y acercando su boca al oído de Lot, le susurró:

—Anda, aprovecha ahora para pedirles.....

—Ahora no m'hijita.

Los ángeles se alejaron caminando rápidamente hacia Idumea al sur de Hebrón. El sol aún no comenzaba a aparecer al otro lado de las montañas.

Lot caminaba, miraba al cielo y oraba. Sus hijas le seguían de cerca ahora mucho más serias, aunque todavía incrédulas. La mujer refunfuñaba.

—Lot, sobrino de Abraham, perfectamente podrías haberles dicho que......

—¡Esperen! —dijo Lot— Ustedes sigan adelante, yo necesito orar.

—Claaaro, con eso lo arreglas todo —dijo la mujer, pero siguió caminando.

Lot dobló sus rodillas y extendió sus brazos en cruz. Su oración era un murmullo ininteligible. Así permaneció como dos minutos, después de los cuales se le oyó decir:

—Señor, escucha Señor mi ruego.....

Luego, con su mirada perdida entre los arreboles del amanecer, siguió caminando hasta unirse al grupo.

Siguieron andando hasta llegar a Ben Haseth, donde el camino comenzaba a bajar hacia Zoar. La mujer no dejaba de hablar, pero ahora con sus hijas:

—¡Vieron!, hagan algo ustedes, ¡Díganle!, porque tendrían que pagarnos por lo menos la casa. Si no aprovechamos ahora........

El sol comenzó a mostrarse en el horizonte.

Lot lo contemplaba aterrado, aunque no podía dejar de escuchar los reclamos de su mujer.

—Claro, ellos se van y qué les importan las cosas de los demás. Después de haber venido a la casa varias veces a comer cordero, ahora llegan y se van y no se acuerdan de nosotros, y este marido tonto y santurrón que Yahvé me dio.....

Así, de hinojos y de vez en cuando levantando sus brazos al cielo el pobre hombre seguía murmurando. Las mujeres ahora discutían acaloradamente en la mitad de la bajada hacia Zoar. Una de las hijas decía:

—Pero madre, no alegues tanto; tú tampoco fuiste capaz de reclamarles nada, siempre culpas a mi padre de todo.

—¡Ahhhhh! Claro, porque uno tiene buena educación y deja hablar al marido. ¿Ustedes creen que les tengo miedo a ese par de monstruos? No porque mi marido no tenga agallas, por no decir otras cosas, yo no voy a ser capaz de cantárselas claras, ahora van a ver..... —y partió de vuelta, subiendo el camino por el que recién había bajado.

Ya la mitad del sol había ascendido en el horizonte.

La mujer en su carrera se cruzó con Lot que venía bajando y este trató de detenerla.

—Mujer, ¿dónde vas?

—¡A cantárselas claras a ese par de amigotes tuyos! ¿Qué se habrán creído?, que por que ellos son ángeles......

—¡Mujer, espera!

—Tú espera. Y ora todo lo que se te antoje, que yo te voy a enseñar lo que es tener pantalones.

—¡Espera! Recuerda que nos advirtieron que no debíamos de volver atrás.

La mujer lo ignoró, e incluso apuró el paso hasta llegar a la cumbre de Ben Hasset, desde donde comenzó a bajar hacia Sodoma.

Lot vio como su mujer desaparecía en la cumbre y recordó las advertencias del ángel: «Por ningún motivo volváis atrás».

Trató de detenerla y comenzó a correr cuesta arriba.

En ese momento sobrevino la gran luz.

Fue como si cien soles se encendieran al mismo tiempo.

Después de dos o tres segundos vino el ruido, algo similar a mil truenos que se fueron desencadenando poco a poco, y después la pequeña onda expansiva, que pasó apenas a unas decenas de metros sobre la cabeza del aterrado Lot, protegido por las cumbres de Ben Hasset.

De todas maneras la onda sísmica lo botó al suelo, y allí permaneció sin entender lo que estaba ocurriendo.

Algunos instantes después, un pesado olor a azufre comenzó a sentirse en el ambiente. Era el sulfuro de selenio ocupado en el iniciador, el que además hacía la reacción más limpia.

Como la fusión se realizaba sobre los 8.000º C y a nivel de los componentes del núcleo, los elementos cambiaban aleatoriamente, teniendo los más fantásticas consecuencias sobre la materia orgánica.

El hidrógeno, por ser un elemento tan simple, desaparecía, formando átomos y moléculas más complejas. Así es como las moléculas de agua eran reemplazadas por sales de calcio, sodio o silicio.

Finalmente después de varios minutos Lot logró ponerse de pie y recordó el incidente con su mujer. Trepó los 50 metros que lo separaban de la cumbre y miró hacia abajo. ¡No lo podía creer! Todo el paisaje había cambiado.

Donde poco antes aparecían orgullosas Sodoma y su vecina Gomorra, ahora sólo se veía una neblina espesa.

Restos calcificados de árboles y objetos domésticos se veían por doquier.

La atmósfera ahora se había tornado mucho más fétida e irrespirable.

A pesar de que se encontraba en la cima y miraba hacia abajo, su mujer no se veía por ninguna parte.

Después de algunos instantes de desconcierto comenzó a bajar la pendiente hacia lo que antes había sido Sodoma.

Curiosamente el suelo estaba caliente y duro, por lo que era bastante difícil bajar, ya que sus sandalias resbalaban en ese extraño piso.

Trató de ayudarse con las manos para bajar, pero la temperatura del suelo era muy alta, lo que empezó a causarle dolor y quemaduras.

Bajó como 30 metros, por lo que aún se notaba que era la silueta de un camino, y de repente notó que casi pegada al cerro se alzaba una extraña piedra.

Se acercó un poco más y comenzó a notar los detalles.

¡No, no podía ser!

Pero sí, era. Esos ojos pequeños y esa boca curvada hacia abajo en señal de mala leche, las conocía demasiado bien. Ese grueso bello bajo la nariz, sobre el labio superior...

Parecía una estatua de su mujer, pero ¿quién se iba a mortificar en hacerle una estatua a ese energúmeno?

En eso estaba pensando cuando recordó las palabras del ángel Samaniel:

—Pase lo que pase, no volváis ni miréis hacia atrás.

Luego recordó todas sus oraciones.

¿Podría ser?

Se acercó más aún, y mojando su dedo índice en saliva lo pasó por la frente de la estatua, luego lo puso en la punta de su lengua.

Sabía a sal.

¿Podría ser?

En eso estaba cuando vio cómo, a la distancia desde el este, más allá de donde habían estado Sodoma y Gomorra, un punto luminoso cuyos colores cambiaban del amarillo al rojo y al violeta, se elevaba hacia el cielo y luego haciendo un brusco viraje se perdía en el infinito.

¡Sí, era una señal!, ¡Era el Carro de Fuego de los ángeles!

Allí lo comprendió todo.

Una amplia sonrisa de felicidad llenó su rostro y luego echó a correr como enajenado cuesta arriba, saltando y riendo.

—¡¡GRACIAS SEÑOR!! por escuchar los ruegos de este humilde servidor, GRACIAS SEÑOR por escuchar mis oraciones, ¡Por fin me la quitaste de encima! Tú me la diste, Tú me la quitaste: GRACIAS, GRACIAS.


REALIDAD ACTUAL

En el lugar bíblico en que alguna vez se levantaron las ciudades de Sodoma y Gomorra (Ammorha), existe hoy una gran depresión. Allí se ha formado algo que hemos dado en llamar el Mar Muerto y que se encuentra a cerca de 400 metros bajo el nivel del mar. Ese es el lugar más bajo del planeta. Tiene 76 Km de largo por no más de 16 de ancho y a lo largo sirve de límite entre Israel y Jordania.

El llamado Mar Muerto es en realidad un lago, donde es tal la concentración de sales, que no permite la existencia de ningún organismo vivo. El agua es viscosa y tan densa que una persona puede flotar sin necesidad de moverse o nadar.

Su formación es reciente y se debe a la acumulación del agua que proviene especialmente del río Jordán y de una serie de arroyuelos que bajan de las montañas vecinas, incluyendo a las termas de Maen y Wadi Al Mowgib.

Esta agua ha estado fluyendo por siglos hacia la depresión sin tener salida, disolviendo de esa manera las sales existentes en el terreno, tales como cloruro de sodio, cloruro magnésico, cloruro de potasio, bromuro magnésico y muchas otras sustancias. Luego se ha ido evaporando debido a las altas temperaturas y a la gran radiación solar, existente en el lugar, transformándose en la «sopa» que es actualmente.

Al Este se encuentra la meseta de Moab, a cuyas montañas de hasta 1.200 metros de altura, hasta hace poco era muy difícil llegar, incluso a pie. Trozos de roca negra fundida aparecen a cada rato en los alrededores, en formas que no son nada de comunes en la naturaleza.

Según la opinión de los geólogos, un gran evento debe de haber ocurrido no hace mucho tiempo, probablemente el responsable de los cambios en el entorno del lugar, ya que según ellos, las capas geológicas están exactamente al revés, como si alguien las hubiera dado vuelta. Hay trozos de roca que están vitrificados, proceso que para efectuarse necesita, altísimas temperaturas.

En la actualidad se ha construido una carretera que rodea las montañas y desde la cual, saliéndose un poco, se puede llegar a este lugar, el que aún ni siquiera tiene nombre.

¿Podría ser esto lo que queda de la Mujer de Lot?




La destrucción de Sodoma y Gomorra en ánime

1 comentario:

  1. Excelente historia de nuestro nunca bien ponderado Ernesto de la Fuente G.
    Saludos Xentor y si hablas con Don Ernesto, mis saludos también.

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