martes, 23 de marzo de 2010

Los «Rebeldes»

Por JJ. Benítez


En el alba de los tiempos, los «rebeldes» decidieron descender sobre aquel brillante planeta azul...

Su sorpresa fue grande. Aquel astro frío —el tercero en la órbita de aquel Sol— había sido bendecido y programado por los «sembradores del espacio», tal y como había sido establecido por el Profundo desde toda la eternidad.

Una nueva raza humana se derramaba ya por su superficie. Una especie que apenas si era consciente de su recién adquirida verticalidad. Una especie que estaba destinada a dominar aquel mundo llamado Tierra. Unos hombres que miles de años más tarde serían conocidos por la Ciencia como de «Cro-Magnon».

Y los «rebeldes» —exhaustos tras la gran batalla celestial— comprendieron que su mejor protección estaba precisamente entre aquellos seres primitivos y absolutamente puros.

Mezclados con los hombres del planeta Tierra, los ejércitos que seguían obedeciendo a la jerarquía celeste universal no se atrevían a descender y aniquilarlos.

Los «astronautas» de Lucifer no se equivocaron.

Durante meses, las naves de los fieles seguidores de los Padres de la Constelación se deslizaron por los cielos del hermoso planeta azul. Pero no tomaron contacto con aquel mundo. Y siguiendo instrucciones de la jerarquía, terminaron por retirarse.

Fueron puestos en cuarentena la Tierra y cuantos planetas se habían visto arrastrados por los «rebeldes» seguidores del ángel de la luz. Y fue trazado un plan de salvación. Un plan que sólo sería comprendido miles de años más tarde por los descendientes de aquellos hombres llamados de Cro-Magnon.

Y los «rebeldes» se mezclaron con las hijas de aquellos hombres.

Y de aquella unión nacieron los famosos gigantes.

Y la especie humana —temerosa y pura— se vio envuelta muy pronto en la forma de vida de sus visitantes.

Aquellos hombres de trajes brillantes y metalizados, capaces de elevarse hasta los cielos en luminosos carros de fuego, les proporcionaron alimentos y les enseñaron a cazar todo tipo de presas. Les bastaba con apuntar sus mágicos bastones de luz, y decenas de venados caían muertos al instante.

Era sencillo calentarse en los duros inviernos. Todo consistía en derramar aquella agua mágica sobre la leña previamente cortada con otro no menos mágico palo.

Los «rebeldes» enseñaron también a los hombres de Cro-Magnon a «volar» hasta parajes ignorados. Era muy simple. Bastaba con entrar en sus carros de fuego. Y así conocieron nuevas tierras.

Aprendieron también a combatir el dolor de las heridas y de los partos, bebiendo otras aguas que nadie había conocido antes de la llegada de los «hombres de trajes luminosos».

Supieron igualmente de otras aguas, rojas como la sangre, que les hacían perder el conocimiento y dormir los más extraños sueños...

Y a través de los «rebeldes» supieron también del odio, de la venganza, de la mentira y del asesinato.

Aquella nueva vida, a la sombra de los hombres de trajes brillantes y bastones mágicos, fue larga y regalada. Y los hijos de los hijos de los primeros hombres de Cro-Magnon conocieron también a los «rebeldes».

Pero un día, sin que los hombres de Cro-Magnon pudieran entenderlo, aquellos visitantes llegados del cielo montaron en sus carros de fuego y les abandonaron para siempre. Y se llevaron con ellos las aguas mágicas y los bastones de luz que les alimentaban...

Y el dolor volvió a los hombres de Cro-Magnon. Y conocieron de nuevo la angustia del miedo ante la oscuridad y ante la muerte.

Tuvieron que enfrentarse a las fieras y acosar los rebaños de ciervos con piedras y palos.

Y las mujeres parieron con dolor...

Los hombres del hermoso planeta Tierra —primitivos y puros hasta la llegada de los «rebeldes»— creyeron enloquecer. Y sus corazones se volvieron hostiles y sanguinarios. Desde entonces, la raza humana quedó señalada como una «especie alterada».

Fue necesario todo un «Plan» —trazado en el corazón de nuestro Universo Local— para devolver el «sentido» a los descendientes de los hombres de Cro-Magnon.

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